El perdón y la salud pública
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
En esta Semana Santa hemos recordado a Teresa Castrillón; lideresa social del Magdalena Medio a quien conocimos hace unos siete años. Su familia fue despojada de la tierra por la guerrilla en los años 70, luego los paramilitares asesinaron a su madre y a su hermano en los 80, y después la guerrilla asesinó a su padre. La amenazaron hasta que tuvo que dejar su municipio durante años.
Aprendió a perdonar y ha trabajado en el Magdalena Medio propiciando la reconciliación. “El perdón es personal”, ha dicho, “sale del corazón. Eso del ojo por ojo no va conmigo porque nos vamos a quedar ciegos"
Actitudes como la de Teresa parecen la excepción y no la regla, desafortunadamente. Más de sesenta años de conflicto armado en Colombia han dejado una estela de ira, frustración y venganza, en una población que, por demás y paradójicamente, se confiesa católica o cristiana en más de un 90 por ciento; credos que consideran el perdón como un gran aporte a la vida social y a la convivencia entre personas.
El perdón es una decisión de la personalidad; sin embargo, también se ha señalado que influyen en él la capacidad de control y la orientación religiosa de los individuos.
Desde hace décadas las investigaciones psicológicas han mostrado que las personas con menor capacidad de perdonar tienen mayor tendencia a la ansiedad, la disfunción social, la ira, el estrés y los síntomas somáticos[1]; así mismo, los individuos con personalidad neurótica presentan menor disposición a perdonar, así como mayor ansiedad, disposición a la depresión, depresión severa y afecto negativo[2]. Por el contrario, las personas extravertidas perdonan más fácilmente y poseen mayor bienestar, visión optimista y afecto positivo.
Los especialistas han clasificado la orientación religiosa en tres: la primera, una aproximación intrínseca en la cual la religión es central y la motivación primaria de la vida de un individuo; la segunda, la extrínseca, cuyo acercamiento considera a la religión como fuente de seguridad, estatus y ganancias egoístas[3]; la tercera, la de búsqueda (Quest en inglés), plantea menos creencias dogmáticas y doctrinales y más convicciones por el desarrollo espiritual como un viaje que implica cuestionar y dudar[4].
De acuerdo con las investigaciones, la orientación extrínseca mantiene menor tendencia al perdón y mayor alteración en la salud mental, mientras que la de los exploradores le ocurre lo contrario[5]. Importante resaltar que la búsqueda disminuye drásticamente su capacidad de perdonar si percibe en el ofensor un menor grado de tolerancia y de mentalidad abierta hacia sus congéneres[6].
Un metaanálisis reciente de 54 estudios de intervención ratifica muchos hallazgos, así como el efecto benéfico de las acciones promotoras de perdón que disminuyen la depresión y la ansiedad, unido a sentimientos crecientes de esperanza[7]. El perdón y la resiliencia -sin olvido y con justicia- promueven el bienestar y la integridad de las personas y se convierten en elementos importantes de salud pública[8]. Se requieren más análisis, pero estas investigaciones muestran un camino de intervenciones a nivel individual, de pareja y comunitario que trae grandes beneficios sociales.
La última encuesta nacional de salud mental muestra que los nexos con los vecinos son los peor valorados por todos los grupos[9]. El 33% de los encuestados dice que “las únicas personas que me interesan son las de mi familia”. Un 40% manifiesta que “la gente puede hacer lo que quiera, pero yo solo me relaciono con gente parecida a mí”. Un 80% expresa que “si no logro lo que quiero, insisto. No importa el precio”. Algo más del 20% responde que “la vida me ha vuelto tan duro que a mí ya no me duele nada”. Otro tanto argumenta que “si alguien busca pelea conmigo, la encuentra”. De resaltar la afirmación que “nunca se contaría con un apoyo en caso de dificultades o problemas”.
El perdón es una herramienta que puede contribuir a desmedicalizar la salud mental y junto a ello, a romper el círculo vicioso de la retaliación que polariza las relaciones interpersonales. Además, en lugar de hacer prevalecer siempre nuestra razón individual debemos encontrar la verdad que nos convenga a todos. La estrategia para lograrlo es más psicosocial que psiquiátrica, y la política pública requiere tener claro estos aspectos.