Editorial: salud pública con sentido y sin atajos

Augusto Galán Sarmiento MD. MPA
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
Hay preguntas que no admiten respuestas ligeras. ¿Cómo va la salud de los colombianos? ¿Estamos mejor que antes? ¿Qué tanto de lo que hoy sucede es fruto de decisiones recientes o de un camino más largo y compartido? Preguntas así requieren miradas integradoras, no titulares convenientes.
La salud pública no se mide con una sola cifra. Tampoco con dos. Mucho menos presentadas con sesgos. Necesita un conjunto de indicadores trazadores que, como las cuerdas de un instrumento bien afinado, permitan escuchar la melodía completa, no apenas una nota aislada que suena fuerte pero fuera de contexto. Hablar de avances en salud -de verdad, con rigor- implica leer el conjunto: enfermedades transmisibles, mortalidad infantil, vacunación, epidemias, respuestas comunitarias, condiciones de vida. No basta con mirar la curva; hay que comprenderla.
El boletín “Salud Pública con Sentido” de este centro de pensamiento, recién divulgado, nos ofrece una lectura técnica y territorial de cómo vamos. Su lectura exige honestidad. Porque hay avances, sí, y hay que reconocerlos; pero también hay señales de alerta, retrocesos preocupantes y tareas pendientes que no dan espera.
Lo primero que hay que decir -y no por repetido pierde valor- es que los logros en salud pública no son patrimonio exclusivo de un gobierno. Son procesos de acumulación, construidos con esfuerzo institucional, trabajo territorial y persistencia técnica. La reducción de la mortalidad infantil, por ejemplo, se explica por una política pública sostenida, por la ampliación del acceso a controles, por mejoras en la atención perinatal y por décadas de fortalecimiento del primer nivel. No es fruto de una intervención puntual ni de una coyuntura electoral. Es un logro de país, no de campaña.
También es cierto que algunos indicadores muestran progreso sostenido: el control de enfermedades como Zika y Chikungunya, casi inexistentes en lo que va de 2025. Avanzar en eso no es menor. Implica confianza, trabajo silencioso de miles de profesionales y un sistema que, con todas sus fracturas, aún responde.
Pero sería una irresponsabilidad cerrar los ojos frente a otros datos que duelen y preocupan. La sífilis congénita (una vergüenza), por ejemplo, sigue creciendo a pesar de ser prevenible. La cobertura de vacunación contra el VPH permanece menor al 60 % cuando el objetivo mundial es de al menos el 90 %. La tuberculosis, lejos de estar controlada, aumenta en zonas de hacinamiento y pobreza; y la EDA -sí, esa enfermedad asociada a agua contaminada y falta de saneamiento- aún es causa de muerte en la infancia temprana.
Peor aún, hay indicadores francamente en retroceso. El dengue ya no es una amenaza silenciosa, es una epidemia permanente. Más de 328 mil casos en 2024 y más de 137 mil hasta mayo de 2025. Una desventura anunciada, amplificada por la falta de planificación, el cambio climático y la debilidad en el control vectorial. La fiebre amarilla -en pleno siglo XXI- deja 37 muertes en lo corrido del año, reflejando desabastecimiento y baja cobertura en una vacuna disponible hace décadas. La tos ferina, con más de 3.300 casos reportados hasta junio, muestra los efectos de no completar esquemas básicos de inmunización.
Los datos son un espejo. Pero hay que saber mirarlos. Detrás de cada curva hay territorios donde la salud es más difícil de alcanzar. Comunidades donde la respuesta institucional llega tarde, o nunca llega. Municipios donde los profesionales de salud rotan cada mes según la agenda política local. Regiones donde el acceso a agua potable y saneamiento básico sigue siendo una promesa. Enfermedades que no ceden porque la pobreza, el hacinamiento y la exclusión siguen allí, intactas.
Por eso no basta con hablar de salud desde la salud. Muchos de estos indicadores dependen de decisiones que se toman fuera del sector: en educación, en vivienda, en empleo, en transporte, en justicia. Hablar de salud pública con sentido implica reconocer la necesidad de una gestión intersectorial, territorial, con enfoque en determinantes sociales y participación comunitaria real. No retórica. Acción.
Hay esperanza, sí; pero también hay urgencia. La salud pública no puede ser una herramienta de propaganda según convenga. Requiere continuidad, evidencia, articulación. Exige reconocer los logros, corregir los rezagos y atender sin demora los retrocesos. Lo demás -los atajos, las simplificaciones, los sesgos, las cifras que se agitan por populismo y sin contexto- no son más que ruido. Frente al bienestar de una nación, el ruido no cura. La verdad, sí lo hace.






