Editorial: el paciente en cuidados intensivos
Augusto Galán Sarmiento MD. MPA
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud
En un foro reciente, al que asistí invitado como panelista, nos preguntaron por qué el sistema de salud colombiano está en cuidados intensivos. Respondí con una analogía médica -una imagen que surgió espontánea y tal vez incompleta- y ahora, con algo de tiempo, la he querido desarrollar mejor, porque puede ayudar a entender lo que nos ha pasado.
El sistema de salud es un paciente. Nació con la Ley 100, hace ya más de treinta años y desde su infancia mostró una fortaleza estructural importante: se le asignaron nutrientes con fuentes definidas -la UPC- para cubrir un plan de beneficios conocido y determinado, el POS. Pero desde el inicio tuvo una debilidad oculta: nadie explicó de dónde saldrían los recursos para cubrir lo que estaba por fuera de ese plan -el llamado No-POS-. El paciente creció con una falla que le impediría recibir los nutrientes suficientes.
Durante su infancia y juventud, esa debilidad se compensó usando las reservas del FOSYGA, con las cuales se cubrieron servicios y tecnologías no financiados con la UPC. Pero esas reservas se agotaron y el paciente entró en una condición crónica. Aun así, era un paciente activo y funcionaba. ¿Cómo? Gracias al manejo técnico que hacían los “médicos de planta” -de los ministerios de Salud y Hacienda-, quienes improvisaban transfusiones, préstamos y recobros, y mantenían activo y productivo al sistema.
En este cuerpo complejo, el aseguramiento en salud a cargo de las EPS era como el sistema inmunológico y circulatorio combinados; una alianza público-privada: transportaba los recursos a los órganos del sistema -hospitales, clínicas, profesionales- a través de las redes que coordinaban para preservar el metabolismo y oxigenar el tejido institucional de tal forma que las células -usuarios y pacientes- se mantuvieran bien nutridas. Así, el paciente mantenía una vida productiva que respondía bien a sus responsabilidades.
Esos sistemas (las EPS) no eran perfectos: algunos componentes estaban enfermos, otros se desviaban, pero su función había sido esencial para que el paciente creciera y madurara.
Sucedieron crisis. Una importante, cuando la Corte Constitucional -a través de la Sentencia T-760- declaró la salud como derecho fundamental y autónomo, y enfatizó sobre los principios de unificación de beneficios entre los regímenes. Fue un impacto enorme para su metabolismo y el paciente tuvo una recaída. Se declaró la emergencia social en 2009. Pero los “médicos” de Salud y Hacienda y otros de la Corte Constitucional consiguieron más recursos y se estabilizó.
Luego, otro esfuerzo mayor: se igualaron los planes de beneficios y en un solo año la UPC del régimen subsidiado aumentó un 47%. El sistema respondió, aunque seguía cargando su falla estructural: la falta de una fuente bien definida para financiar lo que no cubría la UPC; su anomalía metabólica de base. La Ley Estatutaria, al establecer un plan con garantías implícitas, intensificó esa presión. Más requerimientos, más tecnologías, más demandas, sin claridad precisa sobre la fuente de financiación.
Aun así, los “médicos de planta” perseveraban y el sistema resistía. Con una condición crónica, sí, pero controlado, activo y productivo. Incluso enfrentó una prueba descomunal -la pandemia- y actuó con solvencia, con técnica, con entrega. Los “médicos” de Hacienda y Salud, una vez más, le administraron los recursos necesarios y el paciente respondió.
Hasta que, en agosto de 2022, cambiaron al “médico tratante” y este a “los médicos de planta”.
Llegó una nueva dirección del caso, con protocolos ideológicos y una visión distinta. No creía en la combinación de los sistemas inmunológico y circulatorio -la alianza público-privada- y decidió retirarlos sin proponer una alternativa funcional. Pensó que bastaba con una autoridad sanitaria central, desde un escritorio, sin gestión de riesgo, sin articulación territorial coherente, sin experiencia clínica ni administrativa. Desconoció el metabolismo del paciente. Cambió la medicación sin entender la enfermedad. Suspendió flujos, bloqueó tratamientos, desmontó redes. Debilitó la alianza-público privada. No hizo las correcciones adecuadas. No fue capaz; y el paciente empezó a colapsar.
La irrigación financiera se fue cerrando, como una arteria obstruida que deja sin oxígeno a todo el organismo. Las células -usuarios y pacientes- comenzaron a tener problemas porque los órganos -IPS, clínicas, operadores logísticos, profesionales- comenzaron a fallar. Se comprometió la oxigenación. El sistema entró en falla multiorgánica. Así, terminó en cuidados intensivos.
Hoy, desde su escritorio, el nuevo médico tratante insiste en que el paciente goza de buena salud, mientras los órganos colapsan y las alarmas no cesan. Manipula los signos vitales. Muestra gráficas incompletas. Insulta a quienes alertan sobre el deterioro. Pero no puede esconder que fue su intervención la que precipitó el colapso. Porque el sistema tenía una condición crónica, sí, pero no estaba desahuciado. Lo volvieron crítico.
Es hora de que todos asumamos las responsabilidades que nos corresponden y de que quienes han realizado los cambios errados, respondan. Es hora de volver al conocimiento. De aceptar que un sistema complejo necesita gestión técnica, flujo constante, articulación. Que no se cura desmontando lo que funciona, sino resolviendo lo que falta y, sobre todo, que a un paciente no se le cambia la medicina sin tener claro el diagnóstico.
Porque no es un cuerpo cualquiera. Este paciente es el sistema de salud que cuida la vida de todos.