Editorial: Atención Primaria en Salud: vieja conocida, base del futuro

Octubre 16 de 2025

Augusto Galán Sarmiento MD. MPA

Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud

Hace casi medio siglo, en 1978, la Declaración de Alma-Ata propuso una idea simple y tal vez revolucionaria: la salud no se alcanza en los hospitales, sino en la comunidad; no depende solo de la ciencia, sino también de la justicia. Décadas más tarde, en Astaná 2008, el mundo reiteró esa convicción: la Atención Primaria en Salud (APS) fortalece los sistemas sostenibles, la equidad posible y el bienestar duradero.

Colombia adoptó ese horizonte, aunque a su manera. La Ley 100 de 1993 no habló explícitamente de atención primaria, pero incorporó su espíritu: acceso universal, solidaridad, continuidad del cuidado y responsabilidad por la gestión integral del riesgo.

La bolsa común de financiamiento para la expansión de la cobertura con eficiencia, la disminución de las barreras geográficas y la protección financiera, han sido conquistas de ese modelo. Sin embargo, la APS no se ha consolidado entre programas dispersos, debilidades del nivel de baja complejidad, desarticulación territorial y limitada integración con la comunidad. Las condiciones de seguridad ciudadana y la presencia débil del Estado en muchas regiones han sido condicionantes para que esto haya sucedido.

A lo largo de los años, distintos esfuerzos han intentado corregir ese rumbo. Las leyes 1122 de 2007 y 1438 de 2011, el Modelo Integral de Atención en Salud (MIAS), las Rutas Integrales de Atención (RIAS) y los Planes Decenales de Salud Pública han buscado devolverle protagonismo al territorio y a la prevención. Pero ha faltado continuidad, recursos y coherencia institucional. La APS, aunque se ha desarrollado, parece más una aspiración que una práctica consolidada.

En 2020, el Banco Mundial advirtió lo que muchos intuían: el sistema colombiano debe ofrecer “un paquete exhaustivo de servicios que refleja las necesidades de salud de la población, coordinado en todos los niveles de atención, con equipos multidisciplinarios y mecanismos de seguimiento poblacional”. Sus recomendaciones fueron precisas: invertir en equipos multidisciplinarios con capacidad resolutiva, usar la tecnología para gestionar poblaciones y resultados, alinear los incentivos financieros con la promoción de la salud, la integralidad de la atención y mejorar la gobernanza local. En otras palabras, profesionalizar la APS, no improvisarla. Experiencias en países semejantes a Colombia por su desarrollo, como las de Portugal, Costa Rica y Chile, demuestran que cuando la atención primaria es coherente, el sistema se fortalece.

Pese a ello, la versión de APS que hoy promueve el gobierno se aparta de esa ruta. Confunde la atención primaria con la atención básica del primer nivel; fragmenta la ruta del paciente; privilegia la infraestructura sobre el talento humano; sustituye la gestión del riesgo por el control político, y vuelve a centralizar decisiones que deberían ser técnicas y participativas. El Decreto 0858 de 2025 -lo hemos discutido en estos escritos- profundiza esa confusión. Crea una estructura territorial dependiente del ministerio, con redes y centros de atención (CAPS) aún sin claridad sobre su financiación ni articulación con el aseguramiento. En lugar de acercar el sistema a la gente, amenaza con separarlo.

Una APS moderna no puede construirse desde la nostalgia ni desde la ideología. Debe ser el punto de encuentro entre el conocimiento, la equidad y la sostenibilidad. Exige profesionales formados, tecnologías al servicio del territorio, recursos suficientes y una gobernanza compartida que respete las capacidades locales. Es una estrategia que debe estar conectada con el aseguramiento, la financiación, la intersectorialidad y la responsabilidad ciudadana.

Ese propósito demanda además una coherencia institucional que nace de la Constitución, la cual aún no hemos logrado: unir la descentralización funcional de la seguridad social en salud con la descentralización político-administrativa de la salud colectiva. Ambas deben encontrarse en el territorio, donde se concreta la vida y el cuidado. Mientras la primera organiza -mediante el aseguramiento individual- la gestión integral del riesgo y el flujo de recursos, la segunda estructura la respuesta pública y comunitaria. Solo si convergen con competencias y responsabilidades claras, podremos construir una APS real, integrada y con gobernanza efectiva; una que combine la responsabilidad individual, la autonomía local y la rectoría nacional en un mismo horizonte de salud pública.

El reto no es inventar un nuevo modelo, sino cumplir el que ya existe y que el país ha venido construyendo con esfuerzo. La verdadera APS es una manera de entender la salud como bien común y tarea compartida.

Como lo recuerda recientemente sobre APS la Comisión Lancet con el Banco Mundial, su fortalecimiento es también una estrategia de desarrollo humano: mejora la productividad, reduce la pobreza y consolida la cohesión social. Los países que han apostado por ella demuestran que la equidad no es un costo, sino una inversión. Reconocer esa visión es renovarle el futuro a la salud de Colombia.