Editorial: asesinos de reputación

Noviembre 5 de 2025

Augusto Galán Sarmiento MD. MPA

Director del Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud

Este editorial se realizó con la asesoría de expertos, lo que nos ayudó a revisar que en la literatura psicológica y política se ha documentado un fenómeno tan antiguo como la disputa por el poder, pero ahora amplificado por la velocidad de las redes y la superficialidad del debate público: el asesinato de reputación o the character assassination. Estudios de Samoilenko y cols, entre otros, lo definen como el intento deliberado y sistemático de destruir la reputación de una persona o de una institución mediante insinuaciones, desinformación o juicios morales sin fundamento. Es un método de combate simbólico que busca anular al adversario, no refutarlo; desacreditarlo, no confrontar sus argumentos; desplazar la discusión de las ideas hacia el terreno de las emociones y de la sospecha.

En el análisis de William Benoit sobre las estrategias de manejo de imagen, y en los estudios del Lab for the Study of Character Assassination, el patrón es claro; quien recurre a este tipo de agresión pretende alterar la percepción pública, no mediante la fuerza de la verdad sino por la manipulación del relato. En el ámbito político, el asesinato reputacional se convierte en un arma. El dirigente que no logra sostener su posición con razones o evidencia no busca convencer sino eliminar simbólicamente al interlocutor.

Para la psicología política esta es una respuesta a la percepción de amenaza al ego o al poder. Los dirigentes con rasgos narcisistas, sociópatas o paranoides viven la crítica como afrenta personal. No distinguen entre el cuestionamiento a sus ideas y el ataque a su identidad. Reaccionan con violencia. Descalifican, ridiculizan, generan sospechas, crean enemigos imaginarios. La crítica la transforman en un peligro que debe neutralizarse.

Desde la perspectiva cognitiva, el asesinato reputacional simplifica la realidad. Jonathan Haidt ha mostrado que los juicios morales se activan antes que el razonamiento. El político que apela al agravio sabe que la ira, el miedo o el desprecio movilizan más que los argumentos.

Los expertos señalan que el asesino reputacional busca deshumanizar al otro. Convertirlo en el repositorio del mal, en el enemigo de la nación o del pueblo. En esa construcción solo existen los culpables y fieles o los traidores y leales. Activa el mecanismo de la proyección mediante el cual atribuye al adversario lo que se teme o se encarna. El corrupto señala la corrupción, el intolerante cuestiona el odio, el incompetente acusa la mentira. La agresión moral cumple entonces una doble función; satisface la necesidad de una supuesta superioridad y desvía la atención de los errores propios.

Pero más allá de la explicación individual, hay un terreno social que lo facilita. Las redes digitales reducen el costo y multiplican las recompensas de la ofensa. El escándalo se propaga con mayor velocidad que la rectificación; la descalificación obtiene más atención que el argumento. La reputación -lo muestran estudios sobre sistemas de reputación y agresión social- se ha convertido en un bien transaccional: puede destruirse para ganar visibilidad o poder momentáneo. En esa lógica, el político que ataca la honra ajena no solo agrede a su víctima; corroe el valor mismo de la palabra pública.

La diferencia entre la crítica legítima y el asesinato reputacional es el deterioro del diálogo democrático. La crítica se apoya en hechos, respeta la dignidad del otro y busca esclarecer. El asesinato reputacional se alimenta del rumor, desprecia la evidencia y pretende anular. Uno construye, el otro destruye. Uno eleva la deliberación, el otro la ensucia.

Cuando el político elige la segunda vía, revela más de sí que del contradictor: su debilidad intelectual, su fragilidad emocional y su carencia de argumentos. Quien recurre a la descalificación moral confiesa, sin saberlo, que se ha quedado sin razones y sin serenidad. En el fondo, teme perder el control que solo la verdad otorga. Por eso sustituye el razonamiento por la agresión, o la evidencia por la insinuación, o el respeto por el agravio.

El asesinato reputacional es una forma de desesperación. Es el reflejo de quien decide destruir el terreno mismo del diálogo, incapaz de ganar con argumentos. Pero cada vez que lo hace, debilita la confianza que sostiene a las instituciones, degrada la política y alimenta el cinismo ciudadano.

La democracia necesita de la razón y de la crítica, no de la ofensa ni de la injuria. Quien recurre al insulto, renuncia al pensamiento. Quien ataca la reputación ajena, confiesa su propia debilidad. Porque en el campo de la política -como en la vida- el que se queda sin razones suele ser el primero en vociferar. De esos políticos descritos tenemos varios deambulando por el país. Al menos uno se sienta en la Comisión Séptima del Senado.

Bibliografía

  1. Benoit, W. L. (1995). Accounts, excuses, and apologies: A theory of image restoration strategies
  2. Post, J. M. (2004). Leaders and their followers in a dangerous world: The psychology of political behavior. Cornell University Press.
  3. Haidt, J. (2012). The righteous mind: Why good people are divided by politics and religion. Vintage.
  4. Sergei A. Samoilenko (George Mason University), Martijn Icks (Queen’s University Belfast), Eric Shiraev, & Jennifer Keohane (George Mason University) (2016). Character Assassination.