Editorial: Vacíos que la enfermedad aprovecha

Agosto 14 de 2025

Augusto Galán Sarmiento MD. MPA 
Director Centro de Pensamiento Así Vamos en Salud 

Las gráficas de vacunación en Colombia son algo más que líneas y porcentajes. Son una crónica del esfuerzo colectivo y, al mismo tiempo, un registro de nuestras fisuras. Allí donde las coberturas se quiebran, la enfermedad encuentra la rendija para aparecer.

La BCG, vacuna que protege contra la tuberculosis desde el nacimiento, es un caso. Durante años mantuvo un ascenso sostenido, hasta que la pandemia de 2020 la llevó a un 77,6% de cobertura. La recuperación de 2021 -87%- se fue estancando y para 2024 el promedio nacional alcanzó el 85,1%. El detalle departamental desnuda la desigualdad: Cundinamarca cerró con un 55,7%, Magdalena y Cauca rondaron el 70%, mientras Guainía reportó 121,6% y Bogotá 110,3%, coberturas que superan el 100% y que, aunque puedan deberse a ajustes poblacionales o migratorios, invitan a revisar la calidad del dato. Coincide este descenso con un aumento de la tuberculosis: 21.418 casos en 2024, un 6% más que el año anterior y más de 10.700 acumulados a junio de 2025. Preocupante.

La vacuna pentavalente (PENTA3), que protege contra cinco enfermedades -incluida la tosferina-, sigue la misma curva: caída en 2020, recuperación parcial, leve ascenso hasta 2023 y nuevo descenso en 2024. La Guajira lidera seguida de Boyacá, Atlántico, Caquetá y Bogotá; Vichada se queda en 61,5%, junto a Vaupés, Chocó y Amazonas. La consecuencia está a la vista: la tosferina, que había permanecido contenida, se ha triplicado en un año, con 3.343 casos reportados a mitad de 2025, principalmente en Bogotá y Antioquia. La OPS advierte que la cobertura debe superar el 95% para blindar a la comunidad. Estamos cortos y el costo lo pagan los más pequeños.

La triple viral, que protege contra sarampión, rubéola y paperas, muestra un avance más sólido: del 80,8% en 2020 al 92,5% en 2023, y cifras similares en 2024. Sin embargo, persisten vacíos: Amazonas (82,3%), Guaviare (88,7%), Tolima, Nariño y Córdoba (89,9%) están lejos de la meta. La experiencia mundial demuestra que el sarampión no perdona estas brechas y reaparece con fuerza cuando la inmunidad colectiva se resquebraja.

En polio, aunque no contamos con detalle territorial, la tendencia repite el patrón: caída abrupta en 2020, recuperación incompleta y estancamiento por debajo de los niveles prepandémicos. En un mundo donde la polio aún circula en algunos países, la complacencia no es opción.

Ya habíamos mencionado en anterior editorial la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano (VPH) que es otro frente donde la brecha es inaceptable. Con una cobertura nacional estimada en 2024 de apenas el 60% para la población de 9 a 17 años, estamos lejos de la meta del 90% que recomienda la OMS. Mientras el cáncer de cuello uterino sigue cobrando cerca de dos mil vidas anuales

La desigualdad territorial es un hilo constante. Mientras algunos departamentos superan el 100% -señal de captación de población flotante o de problemas en las proyecciones-, otros caen por debajo del 70%. No se trata solo de alcanzar un promedio nacional aceptable; se trata de que ningún niño, en ningún rincón del país, quede fuera de la protección. Una cobertura nacional del 85% puede esconder, como lo hace, territorios enteros en riesgo sanitario.

Los líderes comunitarios, citados en el Informe Anual de Salud Pública de este centro de pensamiento, dan rostro a estas cifras. Hablan de niños que reciben la primera dosis, pero no completan el esquema porque la vía terciaria se vuelve intransitable en invierno, porque el centro de salud queda a horas de camino o porque la desconfianza crece cuando la información no llega clara. Denuncian que las brigadas son esporádicas y que la trazabilidad de las cohortes es casi inexistente. Donde falta continuidad, la cobertura es espejismo.

El Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI) fue, durante décadas, un emblema de la salud pública colombiana. Logró que generaciones enteras crecieran libres de enfermedades que antes cegaban vidas o dejaban secuelas irreversibles. Hoy, ese logro está en riesgo no solo por las secuelas de la pandemia, sino por una gestión de la vacunación que no se adapta con suficiente agilidad a la realidad territorial y muestra retrocesos y estancamientos.

Necesitamos más que jornadas masivas anunciadas con altavoz. Urge una estrategia que integre el seguimiento nominal, que llegue con equipos móviles a las veredas, que involucre a los líderes locales como aliados permanentes, que combine la información precisa con la pedagogía paciente. En pocas palabras que recupere el liderazgo del PAI que funcionaba.

Vacunar no es un acto aislado, es una cadena de acciones que requiere constancia, logística y confianza. La vacunación es un pacto intergeneracional que no admite fisuras. Quizá es la acción preventiva en salud más costo-benéfica y que mayor bienestar entrega a la población. Paradójico que tanto discurso de este Gobierno Nacional por la prevención muestre tan pobres resultados.